Después de otras cuantas semanas y sin unos cuantos días sin escribir, antes de que me ponga con el mes horrible del estudiante - Enero/Febrero - os traigo lo que se podría denominar como "segunda parte" de
Una mirada, una cosilla que me gustaría ir ampliando con el tiempo. ¿Qué os parece? ¿Os resulta interesante?
—¿Me estás escuchando?
Sergio desvió la mirada del exterior del coche y volvió su atención a la mujer que tenía a su lado, conduciendo. Violet, porque jamás hubiera aceptado que se la llamara Violeta aunque fuera su verdadero nombre, era una mujer que cualquier hombre hubiera soñado con llevarse a la cama. Su cabello rojizo, sus ojos azules, su cuerpo de infarto y su carácter hacían que en cuanto entraba en una habitación todas las miradas se giraran hacia ella. Incluso vestida con el traje más formal y más impersonal.
Y era su agente.
—¿Umm?
—Por el amor de Dios, ¿dónde tienes la cabeza?— la voz desesperada de ella provocó que el hombre sonriera de medio lado.
¿En dónde tenía la cabeza? Esa era una muy buena pregunta. Su cabeza estaba en unos ojos almendrados, de un color que a lo lejos parecían castaños, que le habían observado con intensidad unos segundos antes cuando habían estado detenidos en un semáforo. No era por la mirada en sí, ni siquiera por el rostro en el que se enmarcaban, sino por la tristeza que había visto en ellos. No, reconoció, tampoco era por eso. Era por el tirón que le había hecho volver la cabeza como si alguien le hubiera llamado aunque eso fuera completamente imposible.
Sergio no creía en temas de magia, no creía en tirones misteriosos que obligaban girar la cabeza. Creía más en momentos aburridos y su habilidad natural para desconectarse cuando la pelirroja que tenía sentada a su lado le echaba la charla como en ese momento. No estaba muy seguro de qué era lo que le molestaba… esa vez. Al menos, que él supiera, no había desaparecido durante semanas como había hecho en más de una ocasión en el pasado, tampoco había montado uno de sus acostumbrados follones y hacía meses que no le había tenido que sacar del calabozo.
No, llevaba una temporada en la que se había comportado correctamente, demasiado correctamente si alguien le pedía su opinión. Se rascó el mentón cubierto por una barba de un par de días. Su nuevo proyecto lo estaba llevando por la calle de la amargura. Era como si las musas, que normalmente aparecían de forma continuada desde que tenía uso de razón, hubieran decidido que era un buen momento para tomarse unas vacaciones.
No era un buen momento ni de coña. Era el peor momento que hubieran podido elegir. Dejó que sus dedos golpearan de forma rítmica la puerta del coche mientras sus ojos claros se deslizaban por la bahía, por el mar, sin ver, en realidad, la gente que pasaba por fuera de la ventanilla.
Violet le miró con el ceño fruncido. ¿Qué demonios le pasaba? Desde hacía unos meses no parecía él mismo. Hey, no se quejaba, a fin de cuentas sus problemas habían disminuido de forma exponencial, pero Sergio no era así. Chasqueó la lengua molesta. Tenían el tiempo justo para llevarlo a su apartamento, que se diera una ducha y llevarlo a la firma. Sergio era el niño mimado de su editorial desde hacía ya varios años, la gallina de los huevos oro. Una gallina de los huevos de oro peligrosa y que a veces se comportaba como un gallo de pelea, pero su gallina a fin de cuentas.
—Ponte el traje gris.
—¿Qué tiene de malo lo que llevo? —preguntó el hombre que tenía al lado estando a punto de sacarlo de quicio. Siempre era la misma conversación.
—Que apesta a tabaco y a saber qué más —desvió apenas la mirada del tráfico y frunció el ceño—. Mira, es un acontecimiento importante, no la cagues y me harás tremendamente feliz y sabes lo que significa eso, ¿verdad?
La sonrisa de medio lado que la dedicó provocó que Violet se estremeciera. Debía ser pecado sonreír de esa manera.
—¿De verdad?
—No me jodas, Sergio.
—Precisamente eso es lo que tenía en la cabeza.
El bufido que le dedicó hizo que el hombre soltara una carcajada. Llevaba demasiado tiempo con Violet y sabía las teclas que tenía que tocar para que se pusiera hecha una furia. Hacía unos años eso le había intrigado, atraído y, finalmente, saciado. En su código ético no estaba el no acostarse con compañeros de trabajo, eso estaba claro. Lo mejor que había tenido su esporádica relación es que no había habido dramatismos una vez que todo se terminó. Ambos eran adultos y sabían lo que querían: pasar un buen rato. Y por los dioses que lo habían hecho.
Si hubiera sido otras personas la tensión sería insoportable en esos momentos, pero no había ocurrido eso, para nada. Habían seguido en la relación profesional de antes, habían quedado incluso un par de veces más cuando ambos no tenían una pareja delimitada, algo que solía suceder bastante a menudo porque ninguno de los dos era de los que se ataban. Y, aunque sonara raro, habían terminado por ser amigos.
Menos cuando se ponía pesada como en ese momento.
Sabía que era importante la presentación y la firma. Sabía que era necesaria para la promoción de su nuevo libro y de la novela gráfica que lo acompañaba, pero, joder, hubiera deseado librarse de todo aquello. Era lo más aburrido del mundo. Le gustaba la gente, pero no aguantaba a los aduladores. Y aunque había personas que realmente habían seguido su carrera, que le conocían y que sabían lo que escribía, muchos otros estaban allí simplemente por conocer a alguien “famoso”.
Él no se consideraba famoso, no, se consideraba un tío con suerte que trabajaba en lo que más le gustaba. Le gustaba escribir y dibujar desde que tenía uso de razón. Su habilidad de romper con la realidad y de que su mente divagara había dado sus frutos unos años atrás. Todo por una casualidad.
Se rascó el mentón. Tenía que afeitarse. En eso sí que le podía dar la razón a Violet, en eso y en que necesitaba una ducha desesperadamente. Había estado de viaje y acababa de recogerlo como quien dice. Quería ducharse, comer algo y dormir.
Joder, ojalá hubiera dicho que no, pero la bruja que tenía al lado le había hecho prometer que iría. La miró de reojo y a punto estuvo de bufar. ¿Y si salía del coche en el siguiente semáforo? La mirada de ella le indicó que como intentara algo le iba a hacer sufrir de maneras indecibles. A veces pensaba que le podía leer la mente y todo. Los coches, a su alrededor, iban como locos a pesar de la lluvia. Menos mal que confiaba en la pelirroja, sino los tendría como corbata en ese momento.
—Bueno, ya estamos.
—No hace falta que me esperes, te prometo que estaré como un reloj en la presentación.
—Ya, y yo soy monja de clausura. Conociéndote desaparecerás sin dejar rastro y me dejarás a mí con todo el marrón —se quitó el cinturón de seguridad una vez hubo aparcado y le miró de reojo.
—Pareces mi madre.
—Y tú un crío. Venga, sal del coche.
Hizo un gesto militar y se aseguró que no venía nadie antes de abrir la puerta y salir. Se estiró una vez fuera y miró con mala cara el coche que tenía su agente. Para su altura aquello era un martirio, sentía las piernas adormecidas. Se movió para abrir el maletero sacando la bolsa con su ropa y la mochila con su portátil mientras que Violet salía a su vez, esperando a que él cerrara antes de dirigirse hacia el portal de su piso.
Una cosa que le había gustado cuando estuvo con ella era la elegancia que tenía, como si se tratara de un gran felino, y su altura. Él era un hombre alto, superaba el metro noventa, y con ella no tenía que andar agachándose ni preocupándose por si la apretaba demasiado y la rompía. Con su altura, sus largas piernas y sus curvas no entendía cómo había terminado siendo su agente y no una modelo o una actriz.
—Creo que se me han olvidado las llaves —masculló mientras rebuscaba en el interior de la mochila.
—Menos mal que yo tengo un juego ¿no?
Con un gesto pícaro le guiñó el ojo antes de acercarse al portal y abrirlo, entrando y aguantando la puerta para que le siguiera. Tomaron el ascensor. Aunque no le importara subir escaleras, ir hasta el ático por ellas hubiera sido una tontería. Una ducha, solo pedía una ducha y un par de horas de sueño.
Abrieron la puerta del ático y Violet entrecerró los ojos nada más entrar, en cuanto la luz iluminó el lugar. Sergio se dirigió directamente hacia la puerta del fondo, atravesando el salón, para poder entrar en su habitación.
—¿Ha pasado un tornado y yo no me he enterado?
—No está tan mal.
—Ya.
Vio cómo movía la cabeza y buscaba un sitio dónde sentarse. Vale, sí, lo reconocía, no era precisamente la persona más ordenada del mundo. Mantuvo la puerta abierta mientras dejaba caer la bolsa de deporte sobre la cama y se deshacía de la cazadora de cuero.
—¡Sergio! Aquí hay cajas de pizza de, al menos, una semana.
—No me dio tiempo a bajar la basura, tuve que irme con prisas V.
—Oh, sí, a tu viaje sorpresa.
No pensaba decirla nada. Había una línea que no dejaba sobrepasar y era la que implicaba a su vida más personal. Había tenido que salir echando leches, sí, sin tiempo para nada y acababa de llegar de una semana que hubiera sido mejor olvidar. Sin decirla nada más, tomando ropa limpia y una toalla, se dirigió hacia la puerta que estaba junto a su habitación para darse una ducha. Podía escuchar a Violet en la cocina, con suerte cuando saliera tendría algo para comer. Se desnudó y dejó escapar un suspiro cuando el agua caliente comenzó a desentumecer y relajar sus músculos.
Su mente, sin previo aviso y como siempre hacía cuando conseguía unos minutos para él, desconectó de todo lo que tenía a su alrededor. Los recuerdos de esos días pasados le alcanzaron y los puños se le pusieron blancos apoyados contra la pared. Odiaba no poder hacer nada, odiaba tener que volver a revivir aquellas horas, aquellos días. Ojalá que cuando le llamaran fuera para algo agradable por una vez.
Salió media hora más tarde y el olor a comida recién hecha hizo que su estómago se encogiera de hambre. Hasta ese momento no se había dado cuenta, en realidad, de que estaba famélico. Tras echar la ropa que había llevado en el cesto de la ropa sucia con el firme propósito de poner una lavadora en cuanto llegara o al día siguiente a más tardar, Sergio se acercó hasta la cocina y sonrió de medio lado.
—Te sienta bien el delantal.
—Me ha sorprendido siquiera que sepas lo que es.
—No tenías que haberte preocupad, V.
—Conociéndote estoy segura de que no has comido desde hace horas.
No la contestó y se acercó hasta la mesa donde se encontraba un plato de pasta humeante esperándolo. Se acomodó mientras que su estómago gruñía y se llevó el primer bocado a la boca. Delicioso.
Violet sonrío mientras le veía comer. A pesar del primer susto, la casa tampoco estaba tan mal. Miró el reloj, tenían media hora para llegar a la presentación. Con un poco de suerte llegarían sin complicaciones y sin retrasos. La lluvia persistía en el exterior y frunció el ceño. En ocasiones odiaba aquel lugar, el mal tiempo y los días grises hacían que su estado de humor no fuera precisamente el mejor la mayor parte del tiempo.
Se sentó frente a él y le miró con detenimiento. Había sido un impulso el que le llevara a aceptar ser su agente. Casi desde el primer momento la editorial le había repetido que tenía que ser en exclusiva y aunque había tenido que dejar su tierra para seguirlo de un lado para otro, no había ido del todo mal. Se había establecido en la ciudad un año atrás y al ser pequeña la conocía perfectamente. Había hecho contactos, apalabrado firmas allí y en otras ciudades de la Península. No le desagradaba en lo que había desembocado su carrera, aunque en ocasiones echaba de menos su tierra.
Lo bueno es que muchos fines de semana podía escaparse, aunque siempre con el ojo en el teléfono.
—Bueno, nos vamos, ya recogerás luego.
Sin permitir que Sergio dijera nada, Violet se dirigió hacia su abrigo y su bolso para ponérselo esperándolo en la puerta. Por una vez en su vida, conseguiría que llegaran a tiempo… aunque se conformaba con que llegaran.