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(#08) Hablan las Musas - Una mirada.

Las Hojas fueron agitadas por Irewen jueves, 25 de noviembre de 2010



Después de meses sin poner absolutamente nada por esta sección y mira que me había propuesto a mí misma que fueran los Jueves, os traigo un nuevo trocito de una cosilla que tengo en mente pero que no se cómo demonios va a seguir, si es que sigue. Gracias a una canción, comenzó a formarse la escena y aunque no es lo que en un principio iba a ser, finalmente ha terminado siendo lo que os traigo a continuación. A ver qué os parece, ya me contaréis.



Noviembre había llegado con fuerza, apartando de un plumazo los días de sol que se habían mantenido durante prácticamente todo Octubre. Era como si de repente se hubiera pasado de verano a invierno, sin ningún tipo de aviso previo. Hacía frío, quizá no tanto como en el interior de la Península, pero la humedad provocaba que la sensación fuera de varios grados menos a los que eran en realidad. Las personas se apresuraban para ir de un lugar a otro, cubiertas de abrigos y bufandas, de sombreros y paraguas. El viento azotaba con fuerza, esto hacía que las gotas que caían de forma continua, unas veces más perezosas, otras más furiosas, salpicaran el rostro de los viandantes como si fueran millones de pequeños dardos helados que cortaban la respiración y provocaban que buscaran cubrirse.
Los autobuses, los coches y motos pasaban zumbando con su ruido atronador por el centro de la ciudad norteña. El gris oscuro hacía que a pesar de estar a medio día parecía que estuviera a punto de anochecer y si uno se paraba a escuchar, más allá de los habituales sonidos del tráfico, quizá fuera capaz de oír un rumor ensordecedor y a la vez característico: el mar. Un mar hambriento y furioso que incluso estando la  ciudad en una bahía como estaba rompía con fuerza y provocaba que su rugido se escuchara por buena parte de la ciudad, aunque fuera mucho más audible por la noche, cuando el sonido del tráfico era inexistente.
Apelotonados en la parada del autobús que se encontraba en frente del Ayuntamiento, mujeres, hombres, ancianos y niños se apresuraban a resguardarse de la furia de los elementos mientras con paciencia unos e impaciencia otros esperaban que el trasporte hiciera su acto de presencia para poder adentrarse en un lugar más o menos seco y más o menos cálido, muchas veces por el propio calor que los cuerpos de los otros pasajeros llevaban más que por el de la calefacción.
Silvia se encontraba allí, entre una mujer mayor y un niño que a pesar de ver que se estaba mojando no paraba de moverse. No pudo evitar estremecerse cuando una gota solitaria se coló por el cuello de la cazadora que llevaba, deslizándose por su espalda y se movió un paso hacia dentro evitando la gotera que de forma armónica caía una y otra vez sobre ella.
—Ten cuidado hija, —dijo la mujer que tenía a su espalda llamándola la atención— has estado a punto de pisarme.
—Perdóneme. —musitó la muchacha inclinando el rostro en un gesto.
En ese mismo instante el chiquillo que no paraba quieto a pesar de que la mirada de la madre estaba pendiente de él, la dio un pisotón que provocó que durante un momento se convirtiera en una verdadera bruja… para sus adentros. No solía enfadarse, pero de todas formas a punto estuvo de decirle cuatro cosas a la mujer que ignorando a su hijo salvo por pequeñas miradas hablaba de forma continua con la mujer que tenía a su lado sobre lo mal que estaba la juventud y la poca educación que tenían. Eso provocó una mueca en Silvia, poniendo los ojos en blanco y se movió lo justo para rebuscar en el bolso intentando encontrar el iPod que siempre llevaba con ella.
La música cuando viajaba, cuando esperaba o cuando andaba era algo fundamental para ella. Se pasaba demasiado tiempo de un lado para otro, muchas veces de pie, lo que impedía que se dedicara a su otra pasión: la lectura. A punto estuvo de que todo se cayera cuando recibió un nuevo empujón que la movió hacia atrás arrastrando con su propio cuerpo a la anciana que tenía detrás lo que provocó que ésta le mirara con cara de pocos amigos.
—Lo siento, no ha sido queriendo.
Con cara de ofendida la anciana apartó la mirada de ella y Silvia se mordió con fuerza el labio inferior. “Por favor, que llegue ya el autobús” suplicó, casi rezó. Como siempre que hacía malo, como siempre que llovía, la ciudad se convertía en un verdadero caos. Era como si de pronto todos los coches del mundo salieran a la vez a la calle. Por otro lado, algo perfectamente normal puesto que a nadie le gustaba calarse y allí era bastante normal, sobre todo en invierno, que de repente se pusiera a granizar.
En esos momentos Silvia echaba de menos el haber comprado un coche, pero su miedo a conducir había provocado que aunque tuviera el carnet, no se hubiera preocupado demasiado por esas cuestiones por mucho que en su casa se lo hubieran repetido una y mil veces. Maldijo por su cabezonería cuando de nuevo la gotera se deslizó y cayó de manera descuidada por su cuello provocándola un nuevo escalofrío.
Se movió entonces para intentar mirar la marquesina donde se señalaba el tiempo que quedaba hasta que apareciera el autobús que tuviera coger. Una mueca apareció cuando el tiempo marcó con total claridad un bonito… asterisco. Eso significaba que podía ser cinco minutos o una hora. Odiaba cuando ocurría eso, no era la primera vez que se pasaba esperando un autobús más tiempo de lo que hubiera tardado en ir andando. Echaba de menos el metro, al menos estaba bajo cubierto aunque eso de estar bajo tierra tampoco le agradara.
—Jonathan, estate quieto — la voz de la mujer interrumpió sus pensamientos.
El niño se giró para mirar a su madre y sin hacerla caso, siguió a lo suyo, moviéndose sin control. La mano de Silvia consiguió encontrar en ese instante el iPod y dejó escapar un lento suspiro mientras cerraba el bolso y lo sacaba con cuidado de que no se cayera. Era lo único que la faltaba en ese día horrible. Con cuidado se puso los cascos y dejó escapar el aire al tiempo que una sonrisa ligera aparecía cuando la música comenzó a sonar aislándola del ruido que había a su alrededor.
El semáforo se puso en rojo en ese instante y los coches se detuvieron. Con gesto aburrido paseó la mirada por ellos hasta que se detuvo en el copiloto del coche que estaba justo delante de la parada del autobús. No supo muy bien la razón, pero sus ojos no pudieron despegarse de él. Había algo que la atraía, que atraía su mirada. Quizá fuera el pelo claro, casi rubio, que demasiado largo caía de forma despreocupada como una cortina ocultando su rostro, quizá fuera la cazadora de cuero, quizá la postura tranquila dentro del caos que había a su alrededor, quizá que en ese momento sintió envidia por la suerte que tenían los ocupantes de los coches. No lo sabía, pero Silvia le miró con intensidad ajena, gracias a la música, de lo que ocurría a su alrededor.
Curiosa intentó ver más, algo, cualquier cosa, pero el gesto indolente imposibilitaba ver nada más. “Mírame” pensó, frunciendo ligeramente el ceño. El extraño se mantenía inmutable mientras que el piloto, una hermosa mujer, no dejaba de hablar y gesticular. Él, sin embargo, parecía que no estaba abriendo la boca mientras que la tormenta le estallaba encima. Y entonces, como si sintiera su mirada movió la cara permitiéndola ver una mandíbula fuerte, una mano masculina que se apartaba el mechón rebelde que caía impidiéndola verle con claridad. Tomó aire aguantándolo en sus pulmones cuando vio uno de los perfiles más perfectos que había visto en su vida.
Perfecto y masculino. “Vamos, mírame”. El semáforo estaba a punto de ponerse en verde y justo cuando esa última palabra apareció en su mente él se giró, como si hubiera escuchado su pensamiento y clavó en ella una perezosa mirada de ojos verdes que la dejó en el sitio. Pudo distinguir con total perfección el rostro del ocupante del coche y sus miradas se cruzaron por un instante.
Había algo en esa mirada que se clavó en su interior y que provocó un escalofrío. Algo que no sabía cómo definir que la dejó clavada en el sitio mientras que a su alrededor la gente se movía, como si esa mirada fuera para ella tal y como había deseado. No estuvo segura de si le había visto o no, no estuvo segura siquiera de si había sido para ella, pero el corazón de Silvia comenzó a latir con fuerza, de forma alocada y con tal rapidez que hubiera podido asegurar que estaba a punto de salírsele del pecho y que todo el mundo estaba escuchando el atronador sonido.
El coche arrancó, alejándolo de ella, pero no antes de que él arqueara una ceja quizá molesto por la intensidad de su mirada. Las mejillas de Silvia se arrebolaron de un intenso color rojo y apartó la mirada. Esperaba que nadie más se hubiera dado cuenta de la tontería que acababa de hacer. Ella no era de esas personas que se quedaban mirando fijamente a un desconocido. La canción cambió, rompiendo por completo la atmósfera que se había creado y de pronto se encontró de nuevo en plena realidad.
Una realidad que la azotó con firmeza en pleno rostro, no literalmente, pero casi casi porque ante la llegada de un autobús sufrió empujes y empellones que la hicieron moverse de su sitio y estar a punto de caer. La anciana refunfuñó algo que no entendió gracias a la música cuando pasó a su lado casi arrastrándola en esa marea humana y Silvia se refugió como pudo mientras veía como las personas subían en el autobús que arrancó unos segundo más tarde.
Cuando vio el número en la parte trasera del vehículo quiso echarse a llorar: era, precisamente, el autobús que tenía que coger para llegar a su destino. ¿En dónde demonios tenía la cabeza? No hizo falta que se autocontestara, lo sabía perfectamente. Enfadada consigo misma miró de nuevo la marquesina: tenía que esperar otra media hora. ¡Cómo odiaba los autobuses fantasmas que aparecían de repente, de la nada, sin que aparecieran en la dichosa marquesina! En ocasiones se preguntaba para qué servían esos chismes si al final terminaban como cuando no funcionaban: esperando a que un milagro apareciera y fueran a su hora. Con un suspiro de hastío y de derrota, se dispuso a acomodarse cuando la maldita gotera cayó en su nariz.
¿Qué más podía salir mal?

9 hojas al viento

  1. Blanca Says:
  2. *____________* Está genial nena, yo en un examen y leyéndome tus cosas xDDD

     
  3. WAW!!! Requiero y exijo continuación YA!!!! por cierto, muy pero que muy acertada, la alusión a las mamas que charlan y charlan mientas hacen como que los niños que están dando por culo no son suyos... grrrrrr

     
  4. Veritas Says:
  5. La descripción de Noviembre es similar a lo que acaba de ocurrir, el invierno llega de repente y, al igual que Silvia, me maldigo a mí misma por tener carnet y miedo a conducir :P Lo malo de esos días, de esos momentos, es que la gente y el mal tiempo a veces se hacen insoportables; lo bueno es que... Bueno, yo veo bien claro qué es lo bueno... :P

     
  6. Veritas Says:
  7. Por cierto, me encanta que vuelvas a escribir (o que vuelvas a dejarlo por aquí). Lo echaba de menos ^^

     
  8. Irewen Says:
  9. Kio: Gracias cielo :) Y después fijo fijisimo que el examen te sale genial ;) Un besazo.

    Noelia A.: ¡Gracias! Jo, estas cosas me animan muchísimo, creo que he reflejado un poquito en el relato una de las muchas cosas que me molestan cuando se está en la parada, coff. A ver si pronto me libero de cosas de la facultad y escribo algo más :) Besitos y gracias por pasarte y comentar guapa.

    Veritas: Te entiendo perfectamente, yo tengo carnet, incluso conduzco, pero por Santander prefiero ni intentarlo porque me pongo histérica y de muy mala leche delante del volante. Muchísimas gracias por pasarte por aquí y por tus palabras ^^ a ver si poco a poco puedo ir subiendo algunas cosillas. ¡Un besazo enorme!

     
  10. Lisa Marin Says:
  11. Ya están aquí de nuevo tus musas con esos relatos tan bonitos!! me ha encantadoooo!! A ver cuando sigues! ;)

    Un besote!

     
  12. Irewen Says:
  13. Alice: Muchas gracias cielo, me alegra muchísimo que te guste. A ver si puedo seguir subiendo cosillas por aquí ^^ Un besote muy grande ^^

     
  14. SANDRA Says:
  15. Eh, que chulo, me gusta esta historia pinta muy interesante, quiero saber más.

     
  16. He llegado aquí rauda y veloz después de leer la segunda parte de Una mirada, me gusta nena, me gusta mucho. Quiero saber quien es esta chica meláncolica apasionada de la lectura y la música, quien es este atractivo rubio (que esconde algo, umhh) enfin...que has captado mi atención querida y ahora quiero seguir leyeeendo.

    Jeje! de veras te tienes que animar y ir tirando del hilo de esta historia, tiene garra.

    Un abrazo.

     

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